sábado, 4 de octubre de 2008

El idioma de las mujeres


Estimados hermanos en misoginia:
Harto ya de reenviar chistes tontos, he decidido tomar la pluma, o mejor dicho, el teclado, para garabatear algunas reflexiones a partir de una experiencia reciente.
El resultado de mi tarea, lleva por sugerente título: "El idioma de las mujeres", y arriba a un conclusión terrorífica: "la perversión del lenguaje es la antesala de la esclavitud". Tal vez, el comité de redacción de nuestra página en su infinita sabiduría y prudencia, considere la posibilidad de publicarlo. En tal caso, espero que sea un aporte teórico, sin dudas modesto, pero acaso de cierta utilidad para nuestra causa.
En todo caso, se los hago llegar como adjunto con la esperanza de que disfruten su lectura.
1abrazo.
Firmes y dignos.
C. Aetius
departamento de Agitación, Propaganda e Ideología de M&L


En ocasiones, las mujeres parecieran hablan en otro idioma, haciendo necesario la traducción.
Me explico: hablan como nosotros, pero lo que dicen no significa lo que podrían dar a entender las palabras que usan. Por ejemplo, cuando dicen “no te veo muy deseante”, hay que traducir como “no te deseo” o “te deseo poco”.
Un análisis más pormenorizado revelará que el contenido de su afirmación implica un raro sistema de inversión, es decir, por el motivo que fuera, falsifican su falta de deseo como una ausencia del mismo en el otro. Como si dijeran: “fuera” para luego preguntar, “¿por que dijiste fuera?”.
Veamos otro ejemplo. Uno les pregunta si quieren hacer tal cosa y dicen que si. Luego uno les pregunta si quieren hacer cual otra cosa, y nuevamente dicen que si. Repitamos la operación todas las veces que sea necesario; fatalmente llegará el momento en que nos recriminen “siempre hacemos lo que vos querés”. Eso se produce incluso, en los casos en que la relación con la dama en cuestión lleva pocos días y hasta pocas horas (hay testimonios escalofriantes al respecto). Peor aún, si uno llama la atención sobre el punto, dirán “yo nunca dije siempre”. Entonces, si dicen siempre debe querer decir otra cosa, pero lamentablemente la ciencia aún no determinó que. ¿Será nunca? La cosa no es tan sencilla; los neurolingüistas no se ponen de acuerdo. Los traductores de la ONU, tampoco.
Como hipótesis provisional podemos arriesgar que cuando dicen si, es no; cuando dicen no, es si; cuando dicen no se, saben perfectamente. Cuando más o menos, algo terrible se llevan entre manos. Cuestión de estar atentos.
Es fama que el deseo de las mujeres es fluctuante, va y viene, al contrario de lo que nos pasa a los hombres; nuestro deseo suele más fijo y constante, hasta que nos gana el hartazgo, claro está, lo cuál sucede cada vez con más frecuencia (y más rápido) según pasan los años y se acumulan los sinsabores.
La demanda femenina es inabordable e imposible de satisfacer. Cien años de psicoanálisis y las más duras batallas de la ciencia del inconsciente, conducen siempre hacia el mismo agujero negro.
El genial Sigmund Freud se preguntó acerca de que quieren las mujeres.
“…”
“¿Me querés?” Si les decimos que si, no somos creídos y debemos pasar por un sinnúmero de pruebas; si decimos que no, es el acabose (eso sí lo entienden).
Numerosos hombres, con varios años de casados, refieren los mismos hechos. Si le dicen “te quiero” a la compañera de sus días, inmediatamente reciben la respuesta: “no me lo decís nunca”. Si lo dicen a menudo, “me ahogás, no respetás mi espacio ni mis tiempos”. Como si hubieran escuchado otra cosa, y así comienza despuntar la clave del problema.
Un conocido mío, nativo de la Banda Oriental, comentó en tono de confidencia durante una rueda de mates, una historia por demás aleccionadora. Su novia solía importunarlo con la célebre pregunta en el momento más intenso del intercambio amoroso. Un día le respondió:”en general, si”. La mujer furiosa gritó, mientras cerraba las piernas, “¿cómo que en general?”. “Generalmente, si; no cuando hacés preguntas tontas en momentos inadecuados”. No sabemos si volvió a abrir las piernas, pero al menos cerró la boca. Hacer callar a una mujer, una hazaña digna de un héroe griego.

Algunos hombres cuando llegan a la cuarta década de su existencia, descubren una irrefrenable atracción por las jovencitas. Otros en cambio, más conservadores o acaso más preocupados por su futuro, apuestan por las relaciones estables y maduras en las que se puede proyectar o construir un vínculo durable.
Este último grupo de infortunados, suele toparse, cada vez más, con señoras de cierta edad que se comportan, histeriquean y plantean escenitas como si fueran diosas de veinte años. Y por sobre todo, no escuchan, o escuchan otra cosa. Un espectáculo patético e irritante pero que no podemos pasar por alto.
Muchos notables eruditos sostienen que las mujeres no escuchan por que su incesante parloteo se lo impide. Me permito dudar de esta versión.
Se quejan de que no las entendemos y admitámoslo, algo de eso hay. Cuando pronuncian una palabra nosotros escuchamos esa palabra, pero resulta que no, era otra cosa. Nos acercamos entonces, al núcleo del problema.
Hubo escritores de ciencia ficción que imaginaron mundos paralelos, iguales al nuestro pero con los roles cambiados: quienes mandan por aquí, allí obedecen y a la inversa.
Me disculpo de antemano por la osadía, pero creo estar en condiciones de afirmar, como dirían los periodistas de TV, una verdad hace rato presentida, pero nunca formulada sin amagues: las mujeres hablan y piensan (si, piensan) en otro idioma.
Como en los mundos paralelos antes mencionados, el idioma de las mujeres es igual al nuestro, o mejor dicho, tiene las mismas palabras pero su sentido está cambiado.
No conformes (nunca están conformes), un plan ominoso ha sido puesto en marcha: la imposición definitiva de su jerga como idioma universal. Así, gato será perro, pizza será empanadas, y tengo ganas, no me place.
Una poderosa corriente de unificación idiomática envuelve al planeta; las vocales son sólo el comienzo.
El diccionario hombre-mujer, mujer-hombre aún está por escribirse, pero ya circula una enciclopedia espantosa y terrible, donde las letras a-o fueron reemplazadas por @.
La perversión del lenguaje es la antesala de la esclavitud
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C. Aetius
Septiembre de 2008